Los que me conocen un poco saben que además de ser traductor tengo más que una debilidad por la programación. Es una actividad que empecé sin entender mucho en la década de 1980.
Mi madre me regaló una computadora para que pudiera tener el primer contacto con la informática. Era una TI 99/4A (“TI” de Texas Instruments) que tenía 16 kB de RAM, no tenía monitor (el monitor era una tele común, en colores, para explotar todos los 16 colores disponibles en el sistema, pero funcionaría aunque fuera en blanco y negro) y no tenía ningún drive para guardar nada: solo un plug de audio en el que se podía conectar un pasacasete para grabar los programas primero, y para cargarlos después. Cualquier programa que quisiera usar tenía que tipearlo yo mismo antes. Junto con la computadora venía un libro de referencia del lenguaje de programación que la ROM cargaba (TI Basic, implementación del, en su momento, famoso Basic), y mi madre me consiguió también un libro de programas. Aclarando, porque esto puede no quedar claro de forma tan simple: un libro con códigos fuente de programas impresos en papel.
Se trataba principalmente de juegos simples, pero había también algunos programitas utilitarios. A recordar: la computadora tenía 16 kB de RAM, pero de estos solo 12 kB podían destinarse al código de los programas. Sabiéndose que un carácter es un byte, se sigue que lo máximo que un programa podría tener eran 12 000 caracteres, incluyendo los de todas las palabras reservadas presentes en el script, números de línea (porque en Basic las líneas del programa son numeradas), operadores, espacios y datos (numéricos, string y booleanos: los únicos que había).
¿Qué se puede hacer con esa limitación de código? Muy poco, claro, todos los programas eran extremadamente simples. Sin embargo, la obligación de tipear cada programa me ponía en contacto directo con el código, y para una mente inquieta como la mía el desafío de comprender lo que pasaba era una gran motivación. Así, la cantidad de código posible era pequeña en términos de lo que se podría hacer, pero era más que suficiente para aprender varios rudimentos.
En la misma época hice mi primer curso de informática, un curso de Turbo Pascal. Allí aprendí varias cosas que traje a lo largo de la vida, pero lo principal fueron los rudimentos de lógica de programación, diagramas de algoritmos y sistemas de numeración: sí, porque aunque en el colegio hubiera sabido, sin entender las implicancias, que usamos el sistema decimal, en aquel curso aprendí por qué nuestro sistema es decimal, que también usamos el sexagesimal, qué es un sistema posicional, qué son, cómo y por qué se usan los sistemas binario, octal y hexadecimal y, además, a hacer operaciones aritméticas básicas con ellos, ¡a lápiz! Cuando era adolescente, yo también tenía aquellas rabietas de “¿por qué voy a aprender eso, cuándo lo voy a usar?”, pero el hecho es que aprendía las cosas más extrañas con gran placer.
La historia del origen de mi contacto con la programación es esa. Después perdí el contacto durante algunos años: no seguí con eso en su momento, y me deshice de la TI 99/4A antes de venirme a Brasil. Algunos años después, poco antes del 2000, me compré mi primer PC y empezaría otra etapa en la que aprendí otros lenguajes distintos. Pero esa es otra historia.
Le soy muy agradecido a mi madre por las muchas oportunidades que me proporcionó. Esa del primer contacto con la programación fue una de ellas.
Quien esté interesado en todo tipo de informaciones sobre la TI 99/4A puede visitar el sitio Main Byte.